Abismo y salvavidas.
Tengo clara una cosa, y puedo decirlo: los estados de ánimo, ni la vida son un jodido palíndromo. No es equitativa nunca ni de un lado, ni de otro. Un día puedes estar tocando el cielo con las manos y al otro estar en un dichoso y tedioso abismo. Lo malo es cuando, sin darte cuenta, pasas más noches de asilo de la cuenta en el infierno y casi que te quedas a vivir ahí y no eres consciente.
Estar hospedada constantemente en el abismo de mis emociones no es nada recomendable: todo se nubla, no encuentras la esperanza por ningún lado y lo que más te ciega es, obviamente, la oscuridad. Parece que el simple hecho de estar viva es una tortura a pagar día tras día, noche tras noche. La culpa pesa tanto física como psicológicamente, el dolor se incrementa, quema, destruye.
Empiezan a flaquearte las piernas, te flaquea el último atisbo de felicidad que residía en ti, y, como un último empujón: te caes. Pierdes toda fuerza de forma cuasi definitiva, o al menos es lo que se te pasa por la cabeza en ese instante.
La mente es la mejor o peor compañía a veces. Te hace imaginar cosas buenas o te va destrozando con todo lo malo que va llegándote a ella, hasta tener ganas, incluso, de acabar contigo misma para no sufrir más.
Peligro. Es un gran peligro esto.
Cuando rozas ese pensamiento tienes que tener toda la fuerza de intentar levantar la mano y pedir ayuda. A gritos. Sin dudarlo un segundo.
La vida, aunque ahí no te lo parezca, sigue mereciendo la pena. Si no, piensa en todo y todos a los que dejarías detrás por tu atrevimiento "egoísta" de cesar tu existencia, de fenecer por querer dejar de sufrir.
Si tienes remedio, SÍ tienes remedio. Redundante, ¿verdad? Lo que puede cambiar una simple tilde una máxima con la que tener excusa de pedir ayuda para recomponerte. Pedirles ayuda y pedírtela a ti buscando en ti aquello que necesitas para salir adelante y volver a ver un poco de luz en la oscuridad, lo suficientemente clarividente para que ciegue la mayoría de destrucción que cargabas a tus espaldas.
Porque al igual que clamamos alto y claro que la salud física, la externa, la que todos ven, es esencial tenerla en buen estado, no podemos olvidarnos de la salud mental, de lo que es estar en paz y reconciliado contigo mismo, de hacerte resiliente y salir victorioso de todo lo que pueda hacerte caer o recaer.
Cuidar la mente y tenerla lo más sana que se pueda para con nosotros, también es ley de vida.
Hacernos bien es tan necesario para nosotros como hacer bien a los demás. Y para que lo segundo sea real, lo primero tiene que cumplirse.
Así que la próxima vez que veas a alguien que sabes que pasa por un mal momento, y sabes lo que es sentir que eres casi residente en el abismo por corto o largo plazo, demuéstrale que estás ahí, que puedes ser su señuelo para ayudarle a salir, su, como hoy día tanto se dice, "persona vitamina". Yo lo prefiero llamar "persona salvavidas". Si tienes la suerte de contar con una de esas personas: cuídala, no la ignores, no le hagas perder la esperanza contigo.
Porque por mucho que lo intentes, hará todo lo posible para que vuelvas a ser tú. Así. Otra vez.
Porque está bien no estar bien. Pero no está bien permitirte no estarlo por más tiempo de la cuenta.
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